Qué hay de mito y qué hay de realidad
Cabeza de ajo con todos sus dientes |
De los españoles dicen que olemos a ajo. Quien nos acusa de
ello seguro que nunca se ha deleitado desayunado unas tostadas con aceite de
oliva virgen sobre las que se haya restregado, a conciencia, un buen diente de ajo crudo. Es
cierto que tras ingerir dicho manjar puedes apreciar que durante la mañana la
gente mantiene contigo cierta distancia de seguridad, no atribuible a
las precauciones que todos estamos obligados a cumplir en estos tiempos tan extraños
que nos ha tocado vivir. La pregunta es: ¿merece la pena tanto ostracismo? Para
descubrirlo, en este artículo, vamos a volver a dar un paseo por PubMed y ver
lo que ha publicado la literatura científica en los últimos años sobre este
aromático alimento.
El ajo se ha utilizado como medicamento durante miles de
años. Es rico en compuestos orgánicos como alicina, ajoeno, s-alilcisteína, S-alilmercaptocisteína,
disulfuro de dialilo y sulfóxidos, así como diferentes flavonoides, y se ha
investigado su posible relación beneficiosa en la prevención de distintas
enfermedades.
Como suele pasar en nutrición, la mayoría de los estudios consultados no son concluyentes y terminan diciendo que se precisa más investigación para obtener resultados más claros. A pesar de lo cual, vamos a sondear hacia donde apuntan los últimos metaanálisis y revisiones sistemáticas publicadas en los últimos cinco años y así ver que es lo que nos encontramos.