¿Cómo queremos salvar
el planeta si tan siquiera somos capaces de salvar a nuestros hijos?
Recientemente, se ha celebrado en Madrid la cumbre del clima COP25. Ha sido un nuevo intento de llegar a acuerdos
para tratar de frenar el calentamiento global que puede llegar a afectar de
forma irreversible a la vida en la Tierra. Sin embargo, los intereses
económicos y el cortoplacismo político ha impedido llegar a acuerdos lo
suficientemente ambiciosos como para parar el desastre. Una de las estrategias
utilizadas, por determinados líderes políticos, ha sido negar que se esté
produciendo el cambio climático o que el hombre sea responsable del mismo. Un hecho que ha sido avalado por cientos de informes científicos es tachado convenientemente de alarmista.
El futuro del ser humano está ligado al futuro del planeta y
aquello que degrada al segundo enferma al primero (1). Del mismo modo que es incuestionable la situación
de emergencia climática que estamos atravesando, es innegable la situación de
emergencia sanitaria en la que nos encontramos y que, del mismo modo que ocurre
con el cambio climático, puede condicionar la vida de las generaciones futuras,
estoy hablando de la obesidad infantil.
Según la OMS, los datos de sobrepeso y obesidad infantil son
alarmantes y no tienen precedentes (2), pero ¿por qué nos debe preocupar tanto esta
cuestión?:
1. La
obesidad entre los niños y los adolescentes se ha multiplicado por 10 en las
cuatro últimas décadas, en 2022 habrá más población infantil y adolescente con
obesidad que con insuficiencia ponderal (3).
2. La
obesidad es una enfermedad crónica (4), por tanto, una vez que se desarrolla será muy probable que acompañe al
individuo el resto de su vida, a pesar de los innumerables intentos que este haga por tratar de perder peso.
3. Esta
patología es poco comprendida, lo que dificulta su tratamiento. A diferencia de lo que
ocurre con otras enfermedades crónicas, se culpa al individuo de su padecimiento, cuando se
trata básicamente de un problema de tipo social.
4. La
obesidad es fruto de la interacción del medioambiente con la genética. Los
niños de padres obesos tienen muchas más posibilidades de desarrollar sobrepeso, por lo que aquellos niños que desarrollan obesidad favorecerán el padecimiento de la enfermedad en su descendencia, multiplicando y perpetuando
de esta manera el problema en las siguientes generaciones (5).
5. La
obesidad afecta a la calidad de vida, a las posibilidades de encontrar pareja o
empleo, aumenta la comorbilidad y disminuye la esperanza de vida.
6. La
obesidad aumenta el gasto sanitario, en algunos países ya supone el 12%, (6)
y podría poner en jaque a la sanidad pública en un futuro no muy lejano.
Conocedores de que los gobiernos son conscientes del desastre que dibujo en este post, quizá te preguntes qué políticas se están llevando a
cabo para tratar de dar solución a un problema que amenaza a la salud de esta y de las
próximas generaciones. La respuesta seguramente te la estás imaginando, efectivamente, son las mismas que se están poniendo en marcha para
frenar el cambio climático: pocas, insuficientes e ineficaces.
Para abordar esta problemática tenemos que analizar y
comprender las causas de la obesidad y poner en marcha medidas ambiciosas que atajen el
problema de raíz. He aquí algunas propuestas que podrían ser eficaces si algún gobierno lleno de valentía y responsabilidad las llegase a aplicar:
Medidas que regulan a la industria alimentaria y su publicidad.
1. Frenar
y prohibir la publicidad de alimentos insanos, especialmente la que tiene como
población diana a los niños y adolescentes.
2. Señalizar
con un sello negro las etiquetas de todos los productos ultraprocesados que
contengan componentes de bajo perfil nutricional, sean densos en energía, contengan azúcares añadidos, edulcorantes, harinas refinadas, potenciadores del
sabor y otros ingredientes que estimulen su consumo y, por tanto, la
hiperingesta. Esta propuesta inspirada en los sellos negros de Chile (7) es una simplificación de los mismos que creo podría ser más clara y efectiva a la hora de informar al consumidor sobre la conveniencia del consumo de un producto; es decir, ¿es saludable o no?
3. Gravar
con impuestos, lo suficientemente disuasorios, a todas aquellas empresas alimentarias que fabriquen productos insanos que contribuyan al desarrollo de la obesidad, así como a los propios productos alimenticios.
4. Favorecer
fiscalmente a la industria alimentaria que apueste e invierta en la promoción
de alimentos saludables.
5. Minimizar
o suprimir los impuestos a todos aquellos alimentos saludables que se deban
potenciar en la alimentación infantil.
Medidas que implican mayores compromisos de las administraciones públicas.
1. Articular campañas educativas que informen a los padres y educadores de los
graves perjuicios que tiene sobre la salud del niño, celebrar cualquier
festividad con comida basura y alimentos altamente azucarados: fiesta de
cumpleaños, vacaciones de verano, Navidades y otras fiestas populares (8).
2. Evitar que las administraciones locales celebren fiestas en las que se promueva el
consumo de altas cantidades de azúcar y comida basura entre los menores, como ocurre en el día de la
cabalgata de los reyes magos, que próximamente se celebrará, o mejor aún, promover en ellas alimentos saludables (9).
3. Evitar que se celebren eventos deportivos que tenga como
patrocinadores a marcas de comida basura o de bebidas refrescantes y/o
alcohólicas (10).
4. Incluir
en las escuelas una asignatura de educación alimentaria impartida por personal
sanitarios, en general, y coordinada por dietistas-nutricionistas y médicos
especializados (11 y 12).
5. Incluir
la actividad física diaria en las escuelas e institutos.
6. Ofertar, desde la administración, cursos de educación alimentaria para padres y
educadores, los cuales cobrarán por recibirlos, podrán gozar de ventajas fiscales u obtendrán otros incentivos tras su realización (13).
7. Incluir en la sanidad pública la figura del dietista-nutricionista, el cual, junto con el pediatra, realizará un seguimiento del crecimiento y estado ponderar de todos los menores y ofrecerá consejo nutricional a las familias.
8. Establecer un horario semanal, en distintas franjas horarias, en las televisiones públicas y el resto de medios de comunicación, en los que se imparta educación alimentaria y alerte de los efectos que tiene sobre la salud del menor una dieta inadecuada.
7. Incluir en la sanidad pública la figura del dietista-nutricionista, el cual, junto con el pediatra, realizará un seguimiento del crecimiento y estado ponderar de todos los menores y ofrecerá consejo nutricional a las familias.
8. Establecer un horario semanal, en distintas franjas horarias, en las televisiones públicas y el resto de medios de comunicación, en los que se imparta educación alimentaria y alerte de los efectos que tiene sobre la salud del menor una dieta inadecuada.
Sé que dirás que estoy delirando; sin embargo, ya te adelanto que hasta que las cosas no se regulan por ley no se cumplen: solo la buena voluntad, cuando hay intereses económicos de por medio, no sirve para nada, y si no, fíjate lo que está pasando con la estrategia NAOS (14) o el código PAOS (15). Regular estas y otras medidas sería proporcional a la emergencia sanitaria a la que nos enfrentamos, aunque pueden parecer tan imposibles de realizar como reducir a cero las emisiones de gases de efecto invernadero para 2050.
No soy optimista, no confío en que se lleguen a poner en práctica estas u otras medidas valientes para luchar contra la obesidad infantil.
Cualquiera de los puntos antes mencionados implicaría un cambio radical en
nuestros estilos de vida y hábitos de consumo, afectaría gravemente a la industria alimentaria, a
nuestra fiscalidad, a nuestra economía e implicaría, en cierta medida, una reorganización del
sistema educativo y sanitario; es decir, no creo que nadie asuma cambios tan "incómodos". Nadie va a tomar decisiones valientes de esta naturaleza, aunque la obesidad infantil suponga graves perjuicios para la salud de la humanidad en un futuro cercano e hipoteque la vida de las generaciones venideras. Si no me creéis recordad que ha pasado
en COP25. Intentar aprobar medidas verdaderamente efectivas chocaría con muchos intereses económicos; por tanto, nos
encontraríamos con más de un Donald Trump que, al igual que ocurre con el cambio
climático, negarían la gravedad del problema y acusarían de alarmista a aquellos
que promovieran este tipo de políticas. Entre tanto, solo nos queda denunciar la inacción o las
medidas cosméticas que solo sirven para lavar alguna conciencia que otra o acallar ciertas voces discrepantes. Por todo ello, no dejemos de gritar "salvemos el planeta", "salvemos a nuestra infancia".
José María
Capitán
dietista-nutricionista
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