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sábado, 6 de enero de 2018

CRÓNICAS DE UN NUTRICIONISTA EN SANTA TEREZINHA DE ITAIPU

Cuando los exuberantes mangos no solo dan sombra



Deliciosos mangos
En diciembre y enero de este verano recorro las calles de Santa Terezinha de Itaipu, un pueblo que queda a 28 Km de Foz do Iguaçu en el estado de Paraná (Brasil), fronterizo con Paraguay y Argentina y a pocos kilómetros de las famosas cataratas del Iguaçú.


Los cielos de Santa Terezinha están poblados por aves exóticas, aves pequeñas de ágiles vuelos y aves de gran envergadura que se dirigen a alguna parte sobrevolando los nidos del “João-de-Barro”. Este pájaro de color marrón rojizo, intercala sus artesanas construcciones de agua y tierra endurecida entre los pósteres del tendido eléctrico. Al mismo tiempo, junto a gruesos abejorros y vistosas mariposas, cientos de colibrís desarrollan espectaculares acrobacias y juguetean alegrando las calles y moradas de los itapuenses. 


Colibrí acercándose a un bebedero
Nidos del João-de-barro
Mariposa de grandes alas

Cada día en los engramados situados entre sembrados de soja y sembrados de mandioca juegan niños sin zapatillas a la pelota. Estas, que no calzan sus pies, delimitan las porterías que carecen de red. Mientras, otros hacen volar cometas o estallar estrepitosos cohetes celebrando las fiestas propias de la época. Rodeando el engramado y los rincones del pueblo, pasean perros teñidos por la tierra arcillosa que cubre las calles, perros que más que de nadie son de todos.


Al llegar la tarde, la banda sonora la pone la cigarra, esa que canta solo por Navidad, y que deleita con su sonido mágico mis oídos. Recuerda por su intensidad, estridencia y cadencia a la sirena del colegio al que iba en mi niñez cuando anunciaba el final de la jornada. Y al penetrar la noche, las luciérnagas gigantes del Brasil iluminan el cielo y sorprenden y maravillan mis ojos de forastero con luces blancas y azules. 

Prefeito Cláudio Eberhard
Las casas en los barrios raramente tienen más de una planta, casi todas con sus jardines y pequeños huertos. Algunas de estas viviendas son humildes, otras, en cambio, dejan ver el trabajo de una vida laboriosa de los que fueron antiguos colonos del Paraguay, ahora ya jubilados. Estos viejos aventureros disfrutan de la tranquilidad de una villa bien dotada con escuelas, centros de salud y todo tipo de comercios. Su Alcalde, Cláudio Eberhard, hombre de rostro amable, muy querido en la ciudad, tiene previsto asfaltar algunas de las muchas "rúas" que aún quedan empedradas sobre una tierra muy roja y muy fértil. La buena labor del “prefeito” en materia de prevención de la salud ha originado que este año no se haya detectado un solo caso de dengue entre la población. 
Árbol repleto de papayas

Palmera cargada de cocos verdes
Piña de plátanos sobre el encerado
saliendo de un jardín
Árbol de aguacates de 20 metros de altura
 al que le quedan todavía algunos frutos
Las calles de Santa Terezinha están decoradas por cientos de árboles de mango cargados de colorida fruta, de los jardines de las casas se yerguen imponentes palmeras repletas de cocos y plátanos y de sus muros y verjas salen ramas de plantas y arbustos cargados de acerolas, jabuticabas, guayabas y maracuyás que agasajan al viandante con generosidad. 


Alfredo Ilvo Zimmer
En este vergel un nutricionista como yo queda atrapado por la tremenda variedad de frutas y verduras que se antojan extrañas o incluso desconocidas. Una de ellas la sostiene Alfredo Zimmer que con sus 84 años me muestra una yaca entre sus manos. En su rostro se reflejan, además de los muchos años, el mucho esfuerzo acumulado por el duro trabajo en la granja, trabajo de una época en que la falta de mecanización hacía que las jornadas fueran interminables. Apasionantes resultan sus historias y vivencias atesoradas a lo largo de su prolongada vida. Uno de los relatos más sorprendentes es el que cuenta sobre un médico que atendió a su madrastra cuando él era aún un muchacho. Con la excusa de buscar tierras en la zona, el misterioso personaje, se alojó en su casa durante una semana. Cincuenta años después supo que ese médico era un nazi huido tras finalizar la segunda guerra mundial, llamado nada más y nada menos que Dr. Josef Mengele, “el ángel de la muerte”. Mientras relata la historia, muestra un recorte donde la prensa local se hace eco de ese episodio de su vida. Alfredo, de origen alemán, conserva como muchos en estos lares el idioma de sus antepasados, los cuales, llegaron a Brasil a mediados del siglo XIX. Para hablar conmigo intercala el portugués, su lengua natal, con un español cortés que me facilita la comprensión de sus relatos.