¿Estevia?, ¿miel?, ¿panela?, ¿azúcar
integral de caña?, ¿aspartamo?, ¿sacarina?, ¿otros edulcorantes?
El consumo de azúcar está relacionado con el desarrollo de la
obesidad y otras patologías crónicas. Su consumo se ha disparado en la alimentación humana desde la revolución
industrial y especialmente desde la segunda mitad del siglo XX. En la actualidad, se han alcanzado ingestas
récords de este producto en todo el mundo. En España, esto se refleja, muy especialmente, en las cifras alarmantes de sobrepeso y obesidad infantil que padecemos y que afecta ya al 40,6% de los menores de 6 a 9 años (Estudio Aladino, 2019; ref. estándares de crecimiento OMS). Tal y como la define la OMS, la obesidad es una enfermedad crónica, y una vez que se desarrolla es de muy difícil tratamiento. El obeso tiende a serlo siempre y tendrá mayores probabilidades de desarrollar otras patologías relacionadas, como la diabetes o algunos tipos de cáncer. Además, la obesidad sufre de la incomprensión de una sociedad que la estigmatiza, de modo que el enfermo de esta patología podrá sufrir de mayor rechazo social, mayor dificultad a la hora de encontrar pareja, de optar a un puesto de trabajo o simplemente de vivir una vida más satisfactoria.
Reducir el consumo de azúcar: una prioridad para la salud pública |
El origen del problema
El bebé tras la lactancia empieza a consumir grandes
cantidades de azúcar en forma de papillas infantiles (potitos), cereales dextrinados, galletas,
lácteos azucarados y un sinfín de productos ultraprocesados "especialmente diseñados para él". Este consumo de
azúcar modela su percepción gustativa y genera una predilección excesiva hacia los
alimentos dulces. Durante la niñez, productos como los cereales del desayuno, los batidos
lácteos azucarados, las bebidas refrescantes, los zumos, los dulces y las golosinas convierten cada comida, y en especial
cada celebración, en eventos repletos de este dulce elemento. La asociación de los alimentos azucarados con cada "momento especial de la vida", y que se utilice como premio a las “buenas conductas" del menor, refuerza insistentemente su consumo. La ingesta de
azúcar durante la infancia se consolidará como un hábito que se perpetuará en la vida adulta y podrá disminuir la calidad y la esperanza de vida del individuo. En definitiva, somos una sociedad "enganchada" al azúcar y enferma por su consumo excesivo.